Hablamos con el profesor José Fernando Juan Santos sobre la actualidad educativa y la importancia de escuchar a los jóvenes

Hablamos con el profesor José Fernando Juan Santos sobre la actualidad educativa y la importancia de escuchar a los jóvenes

Hablamos con el profesor José Fernando Juan Santos sobre la actualidad educativa y la importancia de escuchar a los jóvenes
  • “Me gusta decir a mis alumnos que “ex-presar” es salir de la prisión en la que nos hemos metido”
  • El docente apuesta por una autonomía en la preparación del profesorado para aumentar así la calidad de las clases y el acompañamiento a los alumnos

José Fernando Juan Santos es licenciado en Estudios Eclesiásticos por la Universidad Pontificia Comillas y maestro en Audición y Lenguaje por la Escuela Universitaria Cardenal Cisneros. Tras su andadura profesional como profesor de Religión, Filosofía y Ética en Secundaria y Bachillerato en centros de la Comunidad de Madrid; actualmente es profesor del Colegio Amorós, Marianistas de Carabanchel. Además siempre ha estado ligado a iniciativas culturales, a la pastoral y la acción social; enlazándolo con una comunicación activa en sus redes sociales y blog.

En su libro ‘Pregunta sin miedo sobre Dios’ intenta, como usted mismo dice, “Dialogar con jóvenes del siglo XXI”. En realidad, ¿cómo va ese asunto?, ¿cuál es su pensamiento acerca de ellos? Asegura que son los primeros que, a pesar de lo que opina la sociedad, quieren ser escuchados. 

Primero, gracias por la entrevista y la oportunidad de contribuir con mi pequeña reflexión de profesor de Secundaria y desde el ámbito de la educación religiosa y pastoral, que es donde me muevo. 

Respecto a la pregunta, el libro quiere ser solo una propuesta para iniciar diálogos con los jóvenes y espero que ayude en esa dirección a cualquiera que pueda leerlo, sea personalmente o en grupo. Está escrito con el ánimo de contribuir a un acercamiento a las preguntas de los jóvenes con la firme confianza de que tenemos respuestas que realmente ayudan, en esa etapa de la vida, a dar forma a la existencia, sin perderse en el vacío o dando todo por sabido. El tiempo de la adolescencia, que se prolonga durante más de una década ya, de un modo u otro pone al joven en la necesidad de abrirse camino en el mundo, de experimentar e intentar hacerse con el sentido de la vida desde su propia acción y reflexión. Acompañar ese tiempo con paciencia y claridad es importante. Les faltan adultos que quieran estar a su lado desde el diálogo, desde la hondura, desde la seriedad.

¿Qué necesidades latentes ve en ellos durante las clases o el tiempo que pasan juntos? ¿Cuáles son sus preocupaciones? 

Por mucho que hayan cambiado las circunstancias, esencialmente son jóvenes. En clase, por los temas y el modo en que intento abordarlos, percibo el cansancio y la incertidumbre que muchas veces les hace presentarse de vuelta de la vida sin mucha más experiencia que la que reciben en la pantalla. 

Creo que, en general, no tienen tiempo. Diría que dos son los temas fundamentales que les preocupan: ellos mismos, cómo se ven y cómo son percibidos por los demás, en el grupo y fuera del grupo; y los temas del amor, de las pasiones, de la fidelidad de las relaciones, de la apertura que puedan alcanzar en ellas. No diría más, porque cargar con esto ya es suficiente. Y luego todo lo relativo a la vida académica y escolar, donde se notan débiles y no llegan a adquirir en muchos casos consistencia suficiente para un trabajo serio y comprometido.

Y, siendo partícipe de Escuelas Católicas, ¿ve en ellos ese acercamiento a Dios o, más bien, a los valores en los que basamos la enseñanza y su aprendizaje? Ellos nos pueden enseñar mucho y diferentes maneras de transmitirlo, ¿no? 

Un tema complicado y que pienso que debemos abordar con seriedad para saber qué estamos diciendo cuando hablamos de educación, evangelización y pastoral. En los colegios recibimos alumnos con muy diversas circunstancias familiares y vivimos en un contexto plural y diverso, en parte herido por la incertidumbre y la falta de cohesión, en parte celebrando la libertad que da poder hacer la propia vida y tomas autónomamente decisiones coherentes. La diferencia hoy, en cierto sentido quizá siempre, está en la familia. En el colegio acompañamos a los alumnos como están y siempre buscamos promover un desarrollo sano, integral e integrador, con referentes que potencien su capacidad y compromiso. Creo que la referencia de Jesús es la esencial en nuestra actividad educativa. O debería serlo. Esto no es transmitir la fe, sino abrir la posibilidad de una referencia y relación acorde a su edad que pueda orientar la comprensión de sí mismo, del mundo en el que vivimos y que compartimos, y de Dios. Abrir la pregunta y sentar la referencia es importantísimo. Educativamente es muy potente.  

Muchos callan sus sentimientos o pensamientos profundos, quizá por miedo o vergüenza, ¿una atención constante y entablar conversación generando confianza puede hacer caer esa barrera? 

Muchos estudios confirman el retraimiento de los alumnos en las relaciones cara a cara o en grupo, donde puede ser identificado. Es algo que ya venía siendo afectado por el imperio de las redes sociales digitales, pero que la pandemia ha elevado mucho más. Hay una escasa participación general, los temas que se pueden dialogar con profundidad son delicados. La sensibilidad está emotivamente dominada y esto dificulta el diálogo racional, que abarca sentimientos y se hace cargo de nuestra dimensión afectiva, pero procura ir más allá. 

Desconozco si los callan o expresan en contextos más reducidos, de mayor confianza, lo cual sugiere efectivamente que hay una pérdida de confianza básica general con sus entornos más cercanos y que han replegado velas a relaciones de más intensidad. 

Por lo demás, cuando consiguen hablar desde el corazón o las entrañas, como todas las personas, se percibe un gran alivio. Quizá estamos perdiendo esta conversación con naturalidad. Lo que no cabe duda es que siempre, no solo ahora, la relación personal, también educativamente, crucial y más definitiva ha sido aquella en la que somos capaces de reconocernos y expresarnos para ser acogidos y escuchados. Me gusta decir a mis alumnos que “ex-presar” es “salir de la prisión” en la que nos hemos metido.

Respecto a la pastoral y acción social en centros educativos católicos, ¿ve necesaria una mayor implicación y formación entre el profesorado? ¿hay una tendencia laicista en la educación de nuestros centros? 

Mucho que hablar. He gastado tiempo reciente en dialogar con unos y otros, de diversos ámbitos. Me preocupa mucho porque, lamentablemente, seguimos haciendo lo mismo que hace décadas o saliendo por la tangente sin cuidar lo esencial. ¿Cuesta transmitir el mensaje del Evangelio? Pienso que no, que realmente no y que es muy valioso para nuestros alumnos en todas las dimensiones de su vida porque es una pregunta fundamental y esencial, repleta de amor y que comienza con el prójimo. 

Me gustaría, y ya lo he dicho en más de una ocasión, que hubiera un encuentro serio de responsables de pastoral para tratar este tema y que volvamos a tomarnos en serio la formación de nuestros niños y jóvenes desde el acompañamiento y la cercanía, desde el proyecto educativo integral. Es posible. Algunos centros e instituciones estamos en ello y debemos apoyarnos y enriquecernos. El reto es grande para no dejar de ser lo que somos.

«La escuela debería ser un lugar de éxito para los alumnos cuando les dotamos de estrategias para ello.»

En el anterior número de nuestra revista Educamos hablamos sobre la realidad en las aulas, la salud mental y la gestión emocional como uno de los desafíos que tenemos por delante. Queremos saber su opinión, ¿cómo ve a los chicos? 

Como son débiles, porque lo sabemos, todo les afecta mucho más y orienta su desarrollo. Respecto a la salud mental hay una alarma generalizada que, a mi entender, no se sabe bien qué hacer con ella ni qué quiere decir exactamente. Lo que sí tenemos claro es que llevamos tiempo haciendo análisis y estudios sobre la debilidad del sujeto posmoderno, por llamarlo de algún modo, y esto es un paso más. Supongo que, además de pensar y analizar, no hemos dado una respuesta consistente y válida. Sin embargo, por ser sinceramente esperanzador, creo que la escuela tiene un extraordinario remedio a ciertos males: convivir y estudiar. Es lo que deberíamos hacer en una escuela seria. Y prevenir, en ocasiones, fomenta una visión negativa de todo, quizá sería mejor decirle al alumno en desarrollo que tiene unas capacidades enormes que aprovechar y ayudarle en el proceso. La escuela debería ser un lugar de éxito para los alumnos cuando les dotamos de estrategias para ello. Para mí la clave está en el amor al prójimo y la búsqueda sincera del bien y de la verdad. O sea, el corazón de la escuela, de cualquier escuela del mundo.

Analizando estudios y cifras sobre salud mental en adolescentes se cree necesario un incremento de los profesionales sanitarios y psicológicos en colegios e institutos. ¿Cómo debe afrontar un centro educativo católico esta situación? 

Deberíamos hacer todo lo posible por responder con buen criterio y desde nuestra esencial educativa a los retos de la sociedad, tal y como se presentan. Pero insistiría en fortalecer las bases de la persona, en capacitar para un sano desarrollo, en revisar la educación integral en nuestros proyectos educativos, en dialogar más con las familias y hacer auténtica comunidad educativa. Nuestra tarea es acoger a niños muy pequeños, casi sin lenguaje, y ayudarles a salir al mundo rozando la mayoría de edad con capacidad y competencias para desarrollar un proyecto vital personal que haya ido madurando con el tiempo. Más que otros profesionales, que sin duda serán necesarios en casos puntuales, nos hace falta recuperar el sentido común de los docentes y su capacidad para tomar decisiones de calado y en claustro. 

Centrándonos en la actualidad educativa, ¿cómo cree que ha afectado la implantación tan apresurada de la LOMLOE? ¿Y a los alumnos y su futuro? 

Como siempre, tiene luces y sombras. Cada cual debe juzgar seriamente el tema. El mareo legislativo y la falta de consenso nunca ayuda, porque algo “macro-educativo” está impidiendo una y otra vez que los centros educativos puedan reflexionar en su autonomía y en su realidad, que es muy concreta, cuáles son las mejores respuestas. Está continuamente interfiriendo con grandes propuestas, lenguajes y cambios, sin que seamos capaces de hacernos cargo de lo que realmente significan. 

La orientación de la LOMLOE hacia la vida me parece interesante, como su alineación con Europa y Occidente pero también está cargada de sesgos ideológicos que no se pueden pasar por alto a la ligera. Muchos profesores no leen mucha pedagogía, quizá por falta de tiempo, o no pueden renovarse en su didáctica concreta por la burocracia, los registros y otras tareas aledañas. ¿Qué tal si damos autonomía real a los claustros y dejamos tiempo a los educadores en lo que son competentes para que se preparen mejor? ¿Por qué no tenemos tiempo de calidad para acompañar a los jóvenes y siempre andamos rascando momentos?

¿Cree que en centros católicos puede afectar negativamente esta nueva ley educativa? ¿Puede alejar a docentes y alumnos de nuestros objetivos de evangelización y enseñanza de valores cristianos? 

No se puede esperar de una Ley estatal que favorezca nuestro proyecto evangelizador. Nosotros debemos entender bien qué significa. Para mí implica “ser sal y luz” a la vez, con la conjunción copulativa “y” no disuelta. 

Por un lado, implicarnos en la sociedad y amar el mundo en el que vivimos con entusiasmo y alegría, acercándonos a las personas que Dios nos regala. Y por otro no perder de vista que somos portadores de una luz que ilumina las grandes preguntas de la vida, que nos da sabiduría, que nos hace humanos en sentido pleno, y que es gracia, que es don porque Dios se hace presente. Pero debemos reflexionar sobre lo que estamos haciendo, porque me temo que hemos borrado la “y” que une la sal con la luz y la luz con la sal.

«Tenemos que ser capaces de orientar, de abrir horizontes, de hacer que el alumno se viva a sí mismo como alguien querido para estar en este mundo y con cualidades y dones que poner al servicio de los demás.»

Entre sus propósitos está la creación de cursos para acercar lo personal y emocional a lo intelectual, de forma que el alumnado sea capaz de hacer frente también a momentos traumáticos o difíciles. ¿Ve el mismo hincapié e iniciativa en los centros educativos? ¿Qué cree que falta en la enseñanza católica sobre estos aspectos? ¿Hay una preocupación extendida e interés generalizado en los docentes? 

Nos tenemos que centrar en la vida, no en lo traumático. La vida es la vida. Fácil y difícil según el momento. Como decía Ignacio, con consolación y desolación. Y ser capaces de orientar, de abrir horizontes, de hacer que el alumno se viva a sí mismo como alguien querido para estar en este mundo y con cualidades y dones que poner al servicio de los demás. Un alumno que tenga algo serio que celebrar, algo grande y que también sepa afrontar, porque no hay ni que pedirlo, los retos y dificultades. Pero ir de frente a los problemas no ilusiona a nadie. 

No me gusta la educación de los retos para la que todo son problemas y no hay maravillas que contemplar o misterios ante los que verse pequeño o sobrecogido. Tenemos una educación instrumental que socialmente se vende como exitosa, pero que humanamente tiene deficiencias innumerables. Quizá ciertos problemas vengan de aquí. Con enseñar lo bueno nos bastaría.

¿Qué objetivos y principios tenemos que inculcar al alumnado? ¿Los centros educativos somos prioritarios para ellos a la hora de enseñarles referencias, valores, objetivos? ¿Cómo ayudarles a encontrar los suyos propios? 

Algo muy sencillo, por donde podríamos empezar y que no es fácil, sería acompañar su reflexión, su silencio, la palabra que se va diciendo a sí mismo. Un tiempo de lectura de grandes libros y referentes en todos los campos, de diálogo y de escritura no nos vendría mal, al igual que celebrar fiestas en el colegio en las que convivir, sentirnos orgullosos y hacer comunidad. 

Por supuesto, para que quede claro, soy un firme defensor de que el alumno debe aprender y que esta es nuestra primera tarea, aprender integradamente, humanamente y relacionalmente y darle el tiempo que se merece para que asiente lo que va recibiendo. 

Creo que sería algo así de fácil y que está en el germen y el ideario esencial de toda la escuela cristiana.